domingo, 16 de febrero de 2014

La herida

Nada más comenzar la película un primer plano nos descubre el rostro de Ana (intensamente interpretada por la premiada Marian Álvarez), todo parece estar en calma hasta que un mensaje en el móvil se convierte en el desencadenante de un ataque de ansiedad. La respiración se acelera y el gesto tranquilo da paso a la angustia. Ana comienza a andar y nosotros la seguimos tan de cerca como nos es posible, ella es el centro de la acción y su entorno no es más que una mancha difusa y fuera de foco que da contexto a sus acciones. Desde este primer momento, y durante los próximos 95 minutos, la cámara no la abandonará, convirtiéndonos en cómplices y testigos de su deambular, enfrentándonos a su intimidad y arrastrándonos a una vorágine autodestructiva  a través de la cual intentaremos comprender el por qué de sus acciones. 

El director, Fernando Franco, expone las directrices estéticas de "La herida"  ya desde su primera secuencia, asumiendo que su posición tras la cámara es exactamente igual a la nuestra frente a una sala de cine. La honestidad y la transparencia del relato, evitando cualquier interferencia que anule la directa comunicación entre el espectador y su protagonista, convierte a su director en un "voyeur" que se debate entre la angustia de ver y el morbo de conocer. Como sucede en las películas de los hermanos Dardenne ("Rosseta", "El hijo", "El niño") el centro neurálgico de toda acción empieza y acaba en un mismo personaje, sus quehaceres, su cotidianidad, sus vivencias y experiencias más personales son el todo en un relato dónde la cercanía con la realidad busca traspasar las fronteras de la intimidad para imponer una suerte de hiperrealismo, cuyo único fin es la búsqueda de la objetividad.

Apoyado por el guión de Enric Rufas (guionista de "La soledad" o "Las horas del día"), forma y fondo se fusionan en esta historia de un sólo personaje para recrear la angustia de vivir, un sentimiento a la vez generacional y decadente que recorre la narración no con la intención de ofrecernos la plena comprensión de lo expuesto, sino como un estudio visual cuya única ambición es ser reflejo de una realidad que nos es ajena. En el caso de "La herida" dicha realidad está marcada por el dolor emocional, un dolor cuyo origen no llegamos a conocer pero que escapa al control de su protagonista y se traslada más allá de las fronteras de su propio cuerpo, para convertirse en el sentir que marca su destino tanto en su vida interior como fuera de ella.

Ana está afectada por el llamado límite de trastorno de la personalidad, una enfermedad caracterizada por la inestabilidad emocional y el sentimiento de vacío e inutilidad.  El director hace uso de esta patología para ejemplarizar la disociación existente entre la sociedad y sus usos y la realidad interior de los individuos. "La herida" es un tratado sobre el desamparo al que se enfrentan esos "otros" que se sienten desplazados en su acercamiento y comprensión de su entorno y que, envueltos en una desorientación vital e incapaces de asimilar sin sobresaltos la realidad, se aferran a su mundo interior como una única fórmula para reafirmar su identidad. Ana está desubicada y en su particular laberinto las cosas no parecen responder a sus expectativas, una frustración permanente que la lleva hacia la más absoluta desolación. La complejidad interior de Ana y su desajuste con la realidad configuran un rompecabezas en donde las relaciones interpersonales se vuelven inestables, y donde el abandono y el sentimiento de culpa crean una tensión interna incapaz de encontrar una vía de escape.

Ana tiene dos caras, la que ofrece a las personas enfermas con las que trabaja y la que muestra en sus relaciones con las personas más allegadas a su entorno y en el centro mismo de esa dualidad se encuentra la batalla por derribar los muros que la incapacitan para conseguir sentirse como un individuo plenamente integrado en la sociedad. Así pues "La herida" es tan bien la historia de la lucha interna de Ana, quien, confundida por su manera de entender su mundo, sólo es capaz de encontrar sustento emocional en aquellos que se duelen, siendo así el dolor el único vínculo emocional que da sentido a su existencia. 

Para Ana la realidad ha quedado reducida a una serie de mecanismos de defensa que la permitan adaptarse plenamente a su entorno; para ella el dolor físico es un modo de superación de su malestar, en cuanto que le permite distraer la mente de aquello que realmente la atormenta, pero al mismo tiempo el dolor provocado por la exaltación e intensificación desmedida de las emociones y el sentimiento de confusión son el origen del malestar. Esta confrontación deriva en un distanciamiento y distorsión de la realidad, una disociación que en última instancia tiene como resultado lo contrario a lo que se propone: entender el conflicto interior, aprender a superarlo y encontrar un lugar en el mundo.


Finalmente "La herida" es un fragmento áspero sobre el desarraigo emocional, un relato existencialista que, en su evolución, arroja interrogantes sobre la fragilidad del ser humano y cuestiona no sólo la búsqueda del bienestar sino la forma de entender nuestro entorno y nuestras relaciones interpersonales. Un tratado sobre la incomunicación, la devaluación personal y el sentimiento de culpa que nos ayuda a comprender esa otra forma de entender la realidad en la que no todos nuestros actos encuentran un sentido dentro de los parámetros de nuestra sociedad y donde consciente o inconscientemente nos alejamos de la felicidad para perdernos en el dolor.

7/10

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