El filme comienza con un desarraigo, la joven Ayse (Begüm Akkaya) será obligada a casarse dejando atrás su pequeño pueblo en Turquía para comenzar una nueva vida, junto a su marido, en Viena. Un destierro involuntario que sirve de punto de inflexión para señalar el origen del cambio y que a su vez marca el comienzo de una ruptura con las raíces de nuestra protagonista. Con el paso del tiempo esta distancia con su Turquía natal, y su consiguiente cercanía a otra cultura, servirá para propiciar el deseo de cambio latente en Ayse, un cambio que si bien encuentra su origen en la distancia, terminará de culminarse gracias a los reveses del destino, los cuales servirán de invitación a Ayse para buscar su propio camino, hacerse dueña de su existencia y alejarse del sacrificio que supone entregar tu vida a la voluntad de los demás. Así pues, "Kuma" es la historia de una transformación personal, de una evolución en la manera de sentir la vida y de afrontarla; una suerte de adaptación al entorno que llevará a Ayse a transitar por un proceso de cambio que va de la resignación inicial a la reafirmación personal y que en su tramo final buscará un equilibrio casi imposible.
Pero "Kuma" no es sólo la historia de Ayse, sino que también, y de manera casi más importante, es la historia de Fatma (Nihal G. Koldas), ella es la figura que cristaliza el matriarcado que se vive en el núcleo familiar, la representación de la raíces turcas y quien, en última instancia, está dispuesta a cualquier sacrificio para cumplir sus deseos y mantener viva la llama de la tradición. Su historia corre de manera opuesta a la de Ayse, de modo que allí donde esta encuentre la felicidad, Fatma hallará el fracaso de sus objetivos. El destino las afectará por igual pero de manera totalmente opuesta, dando lugar a una brecha que poco a poco las distanciará, consiguiendo que la evolución de Ayse choque frontalmente con el hermetismo, la devoción y la férrea voluntad de conservar la estructura social con la que se identifica Fatma.

Umut Dag logra con éxito ofrecernos una historia cargada de sutilezas y matices, en la que las miradas y los silencios adquieren una gran fuerza expresiva. El director demuestra una gran habilidad a la hora de construir una narración muy acorde con esta historia que transita por un sendero plagado de secretos y encubrimientos. Dag sólo nos muestra aquello que quiere que veamos, y para ello se sirve de la elipsis narrativa, consiguiendo que la historia, al menos en su primera mitad, avance con buen ritmo al tiempo que nos propone una serie de planos secuencia que ejemplifican las vivencias y cambios en el conjunto de los personajes. Desgraciadamente el relato se acelera en su parte final, precipitando los acontecimientos (haciendo que parezcan un tanto forzados) y sometiendo las sutilezas a los exceso dramáticos. Pese a ello el director consigue, a través de su estilo visual, que el espectador vaya descubriendo los secretos que encierra el filme en una evolución que va desde la deliberada confusión de la secuencia inicial, hasta la total compresión de esta historia en la que la figura masculina queda reducida a una mera presencia.
Finalmente el filme quedará comprendido entre dos sueños verbalizados por sus protagonistas femeninas, dos sueños que inicialmente parecen contrapuestos pero que se complementan, ya que sirven para constatar que la paz que persigue Fatma se encuentra (como la llave que abre la puerta que la encierra) en sus propias manos.
6,25/10
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