lunes, 10 de febrero de 2014

Nebraska

Nadie parece conocer el pasado que encierra la historia de Woody Grant (Bruce Dern), nadie excepto él mismo aunque a él no parezca importarle demasiado. Salvo algunas pinceladas el espectador tampoco conocerá toda su historia pero podrá entrever, e incluso comprender, la actitud de un personaje soberbio, malhumorado y condescendiente que oculta un buen corazón bajo las sombras de una vida que ha conseguido arrebatarle toda ambición.

Woody es un hombre que se reafirma así mismo, un anciano alcohólico cuya vida no es más que el resultado de una serie de acciones pasadas que se le antojan irrefutables e incluso ajenas y donde sólo hay cabida para el momento presente. El personaje interpretado por Bruce Dern es el resultado de una larga espera, el emblema del sueño americano venido a menos, un hombre carcomido por el orgullo y cuya conciencia de lo pasado como algo incuestionable lo deshumaniza y lo sitúa en una realidad atemporal dónde el espacio y el tiempo parecen detenerse para dar lugar a un universo confinado a un eterno y monótono presente.

Alexander Payne muestra en su último trabajo una absoluta coherencia con su cine y sus ideas, consiguiendo crear un universo propio en el que la sutileza y la ligereza narrativa toman las riendas a la hora de evidenciar la existencia de unos personajes heridos emocionalmente y desubicados en su propia realidad. Todas sus historias, y en especial  "A propósito de Schmidt" y "Los descendientes", arrancan a partir de un hecho dramático que desvirtúa la realidad en la que descansan sus personajes; en este sentido "Nebraska" es un referente más al tomar como punto de partida la llegada de una carta que hace entrega de un millón de dólares a su destinatario. Si bien este acontecimiento es menos dramático que en sus anteriores trabajos, supone el inicio de un viaje desolador hacia un tiempo pretérito. La mayor virtud de Payne consiste en huir del dramatismo superficial para crear un mayor acercamiento con la realidad, ocultando así la complejidad emocional de sus personajes bajo un telón de frialdad y distanciamiento en el que impera la dignidad de sus personajes.


"Nebraska" es un relato sencillo, una tragicomedia plagada de sutilezas que versa sobre la persecución de un sueño inalcanzable, un viaje hacia la memoria perdida que servirá para reforzar la relación entre Woody y uno de sus hijos, David, quien a su vez lucha por encontrar su lugar en el mundo. El uso del blanco y negro da sobriedad al relato y consolida la idea de atemporalidad, pero la verdadera fuerza de "Nebraska" recae en su honestidad, y es que Alexander Payne construye, con mano firme, una historia capaz de hablar por sí sola y en la que la emoción nace del drama humano y de la naturalidad que emanan sus personajes sin tener que recurrir a los recursos cinematográficos para hacer valer o subrayar lo expuesto.

Una propuesta que, en última instancia, es una cáustica radiografía de esa sociedad americana que promete mucho y no da nada a cambio. Un acercamiento trágico, a la vez que sarcástico, de la fragilidad de la naturaleza humana y de sus seres más desvalidos, para enfrentarnos a un universo plagado de personajes dolidos por su falta de ambición y marcados por la perdida de toda esperanza. "Nebraska" es algo más que el lugar donde habita el pasado, es el lugar donde se oculta ese objeto de deseo inalcanzable que no es un millón de dólares, sino los sueños rotos tras esa larga espera donde la felicidad ha quedado desbancada por la desesperanza y el paso del tiempo se marca con un ritmo sosegado y tortuoso.

Payne nos ofrece la vida misma, no para que la juzguemos sino para que podamos ser espectadores del drama de la condición humana. En este sentido "Nebraska" relata con excepcional delicadeza la relación paterno filial, componiendo diálogos cargados de trasparencia y emociones sinceras que, salvando las distancias, recuerdan a aquella relación entre hermanos de la que se hablaba en "Una historia verdadera" (David Lynch). Como en aquella, aquí se confronta la soledad interior de los personajes con las relaciones interpersonales a las que se ven obligados, una confrontación que más allá del humor esconde la tristeza existencial bajo la que subyacen los personajes.

Estamos ante una obra de madurez en la que el director consigue devolvernos al pasado sin necesidad de recurrir a él, una obra en la que el pasado resurge no como historia sino como única fórmula para comprender el presente, un presente de miradas perdidas, sin alegrías y sin color donde a pesar de todo hay cabida para la esperanza.
7,25/10

1 comentario:

  1. Me gustó mucho cómo está escrita esta crítica. A ver si me animo con esta peli que está aún en cartelera en Nueva York...

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